CineCENTENARIO KUROSAWA

CENTENARIO KUROSAWA

-

De seguir vivo, Akira Kurosawa (黒澤 明, Kurosawa Akira) hubiera cumplido 100 años justamente hoy.

Pero tuvo que morir el 6 de septiembre de 1998, dejándonos un buen puñado de películas que han servido de inspiración para muchos buenos directores, pero que han sufrido también la copia más descarada por parte de otros directores ávidos de éxito en taquilla.

Akira Kurosawa nació el 23 de marzo de 1910 en Shinagawa, Tokio.

En occidente relacionamos su figura con la temática samurai en el cine, gracias a películas tan míticas como «Rashomon» o «Los Siete Samurais» (1954), película que me fascinó en mi adolescencia, a pesar de que por entonces conseguir una copia de esa película era casi un milagro.

Los siete samuráis es, todavía hoy, la película más popular del cineasta, en parte gracias a sus numerosas adaptaciones y revisiones, como la de «Los siete magníficos» (1960).

El honor, la lealtad y la traición, temas recurrentes en Kurosawa, se ajustaban perfectamente a la temática samurai, que repetiría en «La fortaleza escondida» (1958), «Sanjuro» (1962) o «Kagemusha» (1980).

En 1985, gracias al estreno de la épica «Ran», libre adaptación de «El Rey Lear» de Shakespeare, muchos pudimos saber de la existencia, no solo de este magnífico director, sino incluso de la existencia de cine japonés, en una época monopolizada por Hollywood.

Pero Kurosawa no fue un director de cine netamente japonés si analizamos sus influencias, que pasaban por el cine y la novela occidental, que reconoció fascinarle, así como el cine de John Ford.

La obra de Kurosawa ha pasado a la historia por el humanismo mostrado con tanta fuerza en los personajes, y la belleza plástica de sus imágenes, auténticos cuadros en movimiento.

Y es que Kurosawa comenzó a trabajar como pintor, aunque no fue aceptado en la Escuela de Bellas Artes. Esa vocación la trasladó a sus películas, donde la composición de los planos y la paleta de colores dan la impresión de ser pinturas en movimiento.

Rashomon, con Toshiro MifuneLa obsesión por la belleza visual le granjeó la fama de perfeccionista enfermizo y dictatorial, ganándose el apodo de “tenno” (“emperador”).

Como ejemplo de su perfeccionismo y su obsesión por la potencia visual, puede verse en la película Rashomon como vierte tinta negra en el caudal de un río para dar la impresión de una copiosa lluvia, lo que provocó además que se agotaran las reservas de agua de la zona en la que se realizó el rodaje.

Otro ejemplo puede verse en Ran (1985) donde ordenó construir un castillo entero en las laderas del Monte Fuji sólo para quemarlo en la secuencia final.

En «Trono de sangre», en la escena final en la que Toshiro Mifune es alcanzado por las flechas, Kurosawa empleó flechas reales disparadas por arqueros expertos desde cerca, que aterrizaban a unos pocos centímetros del cuerpo del actor.

Su perfeccionismo también se plasmaba en la elección de vestuario, donde un traje recién hecho restaba autenticidad al personaje, según su opinión, por lo que entregaba el vestuario a los actores semanas antes de la filmación, y les obligaba a usarlo diariamente para «establecer un vínculo» con la ropa. En algunos casos, como en «Los Siete Samurais«, se instruyó a los actores para que se aseguraran de desgastar y destrozar la ropa antes del rodaje, pues la mayor parte del reparto hacía el papel de granjeros pobres.

Otro rasgo característico de sus películas, como todo espectador habrá observado, es que la banda sonora musical de sus películas es simple, inacabada, expresionista, realizada con tan solo una flauta, un tambor, etc.

Kurosawa pensaba que las piezas musicales acabadas no eran acordes con el desarrollo del film, inacabado, por lo que tan solo al acercarse el final de sus películas escuchamos temas más acabados.

Podría decirse que el cine de Kurosawa es el cine de buenos y malos, pero con la profundidad que cabría esperar de un cineasta oriental, que explora la dicotomía entre la vileza y la bondad, con las consecuencias de cada una de esas actitudes, sobre uno mismo y sobre la comunidad.

Los siete samuráis es su película más emblemática, y cuenta cómo los desvalidos habitantes de un pueblo devastado por la brutalidad de unos bandidos recurren a unos mercenarios para que los salven. Un film épico, dramático y lleno de sentimientos encontrados, en el marco perfectamente retratado del Japón medieval.

El propio Kurosawa no quiso perder jamás su esperanza y su fe en la raza humana a pesar de la terrible experiencia de la II Guerra Mundial.

Además tuvo que sufrir en primera persona el horror cuando tenía 13 años, pues el 1 de septiembre de 1923 un gran terremoto, conocido como “El gran terremoto de Kanto” destruyó Tokio y provocó más de 100.000 muertos. En ese momento, Akira y su hermano Heigo (que se suicidaría cuando Akira cumpliera los 20 años) salieron a pasear entre la devastación, donde se apiñaban los cadáveres entre los escombros, y su hermano le obligó a no apartar la vista, lo que le enseñó, según comentaría años más tarde, a mirar de frente a sus propios temores. Quizás por ello la obra de Kurosawa abundó en asesinatos y destrucción.

En la década de los ’50 Kurosawa desarrolló la técnica cinematográfica que le hizo famoso, que se basaba en la composición exacta de los encuadres, la utilización del teleobjetivo para filmar a los actores desde lejos, la importancia de la climatología (otro protagonista más de sus películas), o las cortinillas verticales, que George Lucas copió descaradamente en «La Guerra de las Galaxias«, obvio pastiche entre la obra sobre samurais de Kurosawa y la novela «El Señor de los Anillos«.

Kurosawa estaba convencido de que el uso del teleobjetivo, además de dar plasticidad a la imagen aplanando el encuadre, lograría mejores interpretaciones de los actores, al situarse lejos de la acción.

La climatología está presente en la fuerte lluvia al comienzo de Rashomon y en la batalla final de Los siete samurais, el calor intenso en «El perro rabioso«, el viento helado en «Yojimbo» («El mercenario«), la lluvia y la nieve en «Ikiru» («Vivir») o la niebla en «Kimonosu-jo» («Trono de sangre«).

A todo ello cabe sumar la marcada, y confesa influencia de John Ford, con una misma querencia por retratar la espiritualidad de sus protagonistas y darles contenido, fundiendo sus vivencias con el paisaje y creando un solo todo cinematográfico. Fue Rashomon, una vez más, la que marca el verdadero punto de inflexión y define de forma precisa los contornos de su obra. En la película se narra un mismo asesinato a partir de cuatro perspectivas completamente distintas entre sí, algo habitual hoy en día pero que en su momento fue considerado revolucionario.

Desde entonces, esa multiplicidad de miradas sobre un mismo hecho, con la que Kurosawa aspira a alcanzar el ideal shakespeariano de ser “poeta de poetas, fue conocida como “efecto Rashomon” y su influencia ha sido decisiva en cineastas como Tarantino, Robert Altman o Paul Thomas Anderson. Se trata del adiós cinematográfico al narrador omnisciente y el principio de la subjetividad en el cine, mediante la introducción definitiva de los saltos temporales y la consolidación de lo fragmentario y caótico en la hasta entonces hiperestructurada narrativa cinematográfica que Kurosawa convirtió en antigua.

 

Artículo anterior
Artículo siguiente
Javi A.
Javi A.
Nos gusta viajar, el cine y la música. O sea, como todo el mundo... ¿o no?

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Últimos artículos

Puede que te intereseRELACIONADOS
Artículos recomendados